Si
usted proviene del seno de una familia funcional, probablemente solo dos cosas
sean seguras en su vida: que algún día morirá, y que hasta ese día amará a sus
padres. Eso casi sin importar lo que ellos hagan. Es un sentimiento ajeno a la
censura del superyo. Prácticamente no hay razonamiento que modifique
sustancialmente ese amor. La razón puede sugerir que sus progenitores actuaron mal en ciertos
aspectos, pero una emotividad casi pulsional vendrá al rescate del amor filial.
El
aparato psíquico humano ha alcanzado ese nivel de complejidad debido a que
hemos de adaptarnos, no solo al entorno objetivo, sino al psiquismo de nuestros
interlocutores. Y la especie humana ha persistido precisamente porque la
emotividad pura está restringida a aspectos muy puntuales de la vida en donde
el amor parece ser real y necesario. Para todos los demás ha de predominar la
razón para una existencia socialmente saludable.
Creo
que está de más decir que el amor no debe estar envuelto en aspectos meramente
objetivos. Por mencionar solo algunos de la miríada que ello implica: la
administración y la política. El amor social puede ser el detonante para que
alguien decida dedicarse a la política o a una actividad científica. Pero que
el amor sea la guía de su accionar subsecuente es antagónico a la eficiencia en
dicho ámbito. En resumidas cuentas, involucrar al amor en la administración de
las naciones es el acto más demagógico que pueda existir. Para eso existen
otros términos que no apelan a la emotividad, tal como la conciencia social, la
eficiencia económica y la calidad de vida. El pueblo ha de elegir a quienes
dirijan la nación en base a resultados objetivos en cuanto a sustentabilidad de
las políticas económicas, el progreso social y el económico.
Apelar
a la emotividad pura para dirigir los destinos de las naciones ha dejado
tristes secuelas, como el ultranacionalismo y el nacionalsocialismo. Lo grave
de la situación es que esos “líderes” han estado plenamente conscientes de que
invocaban un amor falso, solo con la finalidad de evocar una emotividad en el
pueblo que les permitiera mantenerse en el poder. Por otra parte tampoco es trivial
que eficientes presidentes democráticos hayan tenido caídas exponenciales de su
popularidad tras dos años de gobierno (no me refiero a ningún caso venezolano,
obviamente). Y hay esencialmente dos razones: primeramente las acciones de un
verdadero gobierno democrático jamás serán plenamente populares pues deberán
atender a diversas minorías dentro de la población, lo cual hace que ciertas políticas
tengan costos en términos de popularidad. Por otra parte, el adecuado análisis
racional de las políticas gubernamentales llevará a la crítica de las mismas, y
con ello a un saludable decrecimiento de la popularidad de la figura del mandatario,
aunque el proyecto político permanezca intacto. Tal es lo ocurrido con los múltiples
gobiernos de la “Concertación” en Chile después de Pinochet y antes de Piñera.
Claro
está que la demagogia emotiva no es suficiente para atornillar a un proyecto en
la dirección de un país. Allí es donde entra en juega el “gasto”, y me refiero
al gasto social. Ese accionar demagógico lo definiré por antagonismo al definir
primero a la “inversión social”. No emplearé la definición del DRAE de
inversión, pues me parece estéril. En términos reales, el Estado invierte
socialmente en la medida en que los recursos dedicados a mejorar las
condiciones de vida de la población logran a mediano y largo plazo incrementar
la productividad económica del país. Y aclaro que desde las actividades
intelectuales hasta las artísticas, pasando por las industriales, contribuyen a
hacer al país más productivo. Solo así se logra que el sistema de beneficios sea
sustentable en el tiempo. En contrapartida, si el dinero que va al “sector
social” no redunda en generar una población más educada y productiva, es un
simple y vulgar “gasto social”, que será insustentable, y será solamente el
perfecto acompañante de la retórica emotiva para perpetuar a un partido en el
poder. Es esa la clase de combinación nefasta la que genera una sospechosa
popularidad sostenida en 55% a lo largo de 15 años, y que aberraciones tales como
decir que “aún con hambre sigo con este gobierno” sean posibles. Es así como se
habla de una “Patria Amada” sin que la gente sepa la diferencia entre País, Nación,
Estado, Gobierno y Patria. Es así como el “Plan de la Patria” es un libelo
desordenado, garrapateado a trozos por una sola persona. Es así como se genera
una sambumbia de patria con socialismo con líder con oligarcas con burguesía
con misiones… sin que haya el más mínimo cuerpo teórico detrás. Es así como se
saca a la razón de juego en algo que debería ser meramente racional.
No
es por amor que un gobierno debe hacer medicina preventiva, es porque la
curativa es más cara. No es por amor que se educa a la población, es porque ello
disminuye el delito y además genera mano de obra calificada. No es por amor que
debe acabarse con el delito, es porque cada asesinato merma la capacidad
productiva del país y además incrementa el éxodo. No es por amor que el delito
debe prevenirse aparte de castigarse, es porque cada preso cuesta un montón de
dinero, si es que se le quiere recluir en condiciones humanas. No es por amor
que debería haber políticas habitacionales racionales, es porque mejoran directa
e indirectamente la productividad de la población y además generan una
conciencia moral y ética de lo que significa adquirir una vivienda. No es por
amor que se subsidia a ancianos y personas con discapacidades, es porque todos
seremos uno de ellos. Un buen gobierno es eficiente, NO POR AMOR, sino por
lograr el desarrollo de la nación. El bienestar es una propiedad emergente de
un sistema cuyos componentes progresan. Solo con verdadero bienestar social
podrá haber amor en el pueblo. El amor es un asunto electivo en el seno del
pueblo porque allí no hay las coerciones que existen en el falso afecto entre
gobernantes y pueblo.
Pero
a un pueblo educado, racional y no alienado emotivamente tiene que importarle
poco la razón objetiva que mueve al gobierno, solo nos importa que el gobierno
genere “inversión social” productiva, sustentable en el futuro y que mejore
nuestra calidad de vida. Además, ello ha de hacerlo el gobierno aún a sabiendas
de que la figura al mando podría cambiar; porque no importa cuán buena sea,
dialécticamente siempre aparecerá alguien mejor, pues hegelianamente la calidad
de la antítesis depende de la tesis.
Un
proyecto que se haya basado en un “gasto” social indiscriminado, excluyente e
ineficiente, en conjunto a promover emotividades cercanas al odio (paradójicamente
como complemento del “amor” al caudillo), con un extinto líder que incluso
moribundo corrió por una elección sólo por creerse indispensable, y que para
colmo aún hoy sigue invocando lealtad a ese difunto… es un proyecto que fue, es
y será insustentable… y que estuvo, está y estará condenado al fracaso…
William Bracamonte-Baran
@BracamonteBaran
23 II 2014